- Continúa, ¿ qué ocurrirá ?
- En tres años, Cyberdyne se convertirá en el mayor proveedor de sistemas de computadoras militares; todos los bombarderos antirradar se modernizarán con ellas y ya no necesitaran tripulantes. De ese modo volarán con un funcionamiento operativo perfecto. Se aprobará el presupuesto del Skynet. El sistema se conectará el 4 de agosto de 1997, se eliminarán las decisiones humanas en la defensa estratégica.
- …
- Skynet aprenderá en progresión geométrica, tendrá conciencia de sí mismo a las 2:14 de la madrugada del 29 de agosto. Los humanos, aterrados, intentarán desconectarlo.
- Sin embargo, Skynet se defenderá…
(«Terminator II«, James Cameron, 1991)
No sabemos si Jeremy Rifkin vio «Terminator II» en 1991, pero en 1995 publicaba «The End of Work«. Rifkin es un divulgador autor de múltiples best seller mundiales. Antes que un concienzudo investigador, es narrador de historias (mire la bibliografía de sus libros, con más artículos de periódicos que papers académicos). No tiene el rigor documental que muestran, por ejemplo, Nicholas Carr, Nassim Taleb o Malcolm Galdwell en sus libros, de temática similar, en lo que podríamos llamar «sociomanagement«. A cambio, populariza conceptos e ideas disruptivas, y los acerca al mainstream. La crítica habitual a Rifkin es que poco de lo que dice se sustenta en la investigación o en los datos. No obstante, tampoco le ha ido muy mal así: le ha escuchado el Parlamento Europeo, Zapatero, Barroso, Sarkozy, Li Keqiang, Merkel, Sócrates, (todos cuando eran presidentes…), habla en TED y hasta le aplaudieron en Davos. Pero debatir en 1995 sobre los cambios radicales en el mercado del trabajo (en realidad, desempleo) que se iban a dar a causa de la progresiva automatización y globalización, era algo que costaba imaginar. De hecho, sucedía al revés: la expansión de la economía mundial de los 90, la entrada de China al mercado de trabajo, la deslocalización y la burbuja del «Greenspan put«, generaba una enorme demanda de trabajadores, y el desempleo cayó en casi todo el mundo. Así que no se hizo mucho caso a Rifkin. Pero ahí quedó eso de «We are entering a new phase in world history—one in which fewer and fewer workers will be needed to produce the goods and services for the global population.”.
Casi a la vez que «The End of Work», en diciembre de 1994 se lanzaba el Netscape Navigator 1.0, es decir, el primer navegador comercial de internet. Por cierto, lanzado de forma gratuita y llevándose el 75% (Microsoft no se enteró hasta 1996 con el Explorer 3.0) En 1997 un bombazo: el Deep Blue le ganaba a Kasparov jugando al ajedrez en condiciones de torneo. En 1999, Shawn Fanning lanzaba Napster (el primer gran programa peer-to-peer para compartir archivos) y ello obligaba a reformular los derechos digitales tal y como los entendíamos. Mientras, la locura por las nuevas tecnologías se extendía por todas partes. Inversores de todas partes, convencidos de que la era digital llegaba ya, compraban acciones de start-up’s sin planes de negocio muy claros a precios desorbitados y pagaban por un crecimiento que asumían que se materializaría. A principios del año 2000 el Nasdaq Composite, índice de referencia del mercado tecnológico de EEUU, se disparó de 3,000 puntos a más de 5,000 en sólo cuatro meses. En marzo de 2000 la burbuja pinchaba: los mercados tocaron fondo en octubre de 2002 tras una caída acumulada del 77%… Ajeno a ello, en 2001 Steve Jobs presentaba el iPod («para 1.000 canciones«) y el iTunes para la compra de música («un Jukebox«), y cambiaba el mundo de la música. Busquen el último CD que compraron: se sorprenderán. No solo cambiaba el mundo de los negocios, sino también cambiaban las personas. El neurólogo Raja Parasuraman determinaba esos efectos en varios artículos académicos publicado entre 1997 y 2000, «la automatización no sólo suplanta la actividad humana, sino que más bien la cambia, con frecuencia de manera no intencionada ni anticipada por los diseñadores».
En 2004, Frank Levy y Richard Murnane escribían «The New division of Labor: How Computers Are Creting the Next Job Market» intentando responder una pregunta aparentemente simple: ¿Qué es lo que los humanos hacen mejor que las máquinas? En su análisis dividieron el trabajo en dos tipos: manual y cognitivo. Esos trabajos, a su vez, se dividian en rutinarios y no-rutinarios. ¿Dónde tenían ventaja los humanos? en las no rutinarios. No importaba si eran cualificadas o no. Eso explicaba que los call center (es decir, trabajos cognitivos) se fuesen a la India y las fábricas (es decir, trabajos manuales) se fuesen a China. Lo que las desplazaba en ambos casos era tratarse de tareas rutinarias. Por tanto, el paso de sustituir producción industrial o call centers por máquinas era el siguiente. La cadena de montaje es previsible; por tanto, programable y construimos autos con robots. Un call center sigue una secuencia lógica en arbol de decisión: por tanto, hablamos con máquinas que nos ordenan pulsar «* para más opciones«. La consecuencia de ello sería que una parte de los empleos serían sustituidos por autómatas y otros, simplemente, complementados. A su vez, se ensancharía la brecha del ingreso entre los profesionales y los trabajadores pobres. Luego, también se eliminarían para siempre algunos empleos desaparecidos por la automatización. La conclusión está clara: hay que dirigir la formación en competencias de razonamiento complejo. Hay de diferenciarse de las máquinas.
La gran recesión de 2008 volvió a sacar el tema a la luz; sólo un año antes Steve Jobs había lanzado el iPhone, y parece que fue… A finales de 2011 se publicó «Race Against de Machine«, un libro tan cortito (100 páginas) como interesante. En él, Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson (que también habla en TED), ambos del MIT, predecían un dramático cambio económico: la tecnología reconfigurará dramáticamente la cualificación requerida de los trabajadores por la extremada velocidad de sus cambios. El término que usaban McAfee y Brynjolfsson era «desempleo tecnológico«. La clave estaba en la incapacidad de personas e instituciones y en su insuficiente «velocidad» para adaptarse a los consecutivos y rápidos cambios tecnológicos. Para «atrapar a la máquina» serían necesarios nuevos modelos de emprendeduría, nuevas estructuras organizativas y, en especial, unas instituciones diferentes. Esta «Second Machine Age» (que es también el título del libro de 2014 de McAfee y Brynjolfsson, tan bueno como el anterior), determinaría unos cambios mucho más radicales sobre la sociedad actual a los de la «Primera Edad de las Máquinas» es decir, la Primera Revolución Industrial. ¿Por qué? Porque ahora las máquinas pueden generar decisiones más eficientes por sí mismas, reduciendo la importancia de la parte humana implicada en la estructura productiva que, además, es digital y tecnológica en muchas (quizás demasiadas) actividades cotidianas.
Por tanto, la amenaza es real. ¿Pero es muy grande? ¿Quién gana y quién pierde? En 2013 Carl Frey y Michael Osborne en «The Future Of Employment: How Susceptible Are Jobs To Computerisation?» analizaban 702 empleos diferentes combinando elementos de la literatura económica sobre el trabajo junto con variables tecnológicas para determinar esa probabilidad. Basados en las clasificaciones laborales norteamericanas de la SOC (Standard Occupational Classification) estimaban esa probabilidad o riesgo de ser “potentially automatable over some unspecified number of years, perhaps a decade or two”. Por sectores encontraron que el transporte, la logística y el apoyo administrativo tenían “high risk of automation» cosa que nos imaginábamos (basta con pensar en el coche sin conductor de Google o cómo Amazon gestiona sus almacenes). La sorpresa era que empleos dentro de la industria de servicios también eran «highly susceptible«debido a la introducción del Big Data. El driver era lo que ellos llamaban «la inteligencia social» esa capacidad tan Golemaniana de una persona para «entender, tratar y llevarse bien con la gente que le rodea«. Por tanto, los trabajos menos computerizables serían ocupaciones generalistas, basadas en el aprendizaje a través de la experiencia, o actividades muy especializadas que impliquen nuevas ideas o artefactos. Creatividad, vaya. Dentistas, coreógrafos, actores, entrenadores deportivos, científicos, ingenieros, médicos, diestistas, psicólogos… Es decir, aquello que precisa de una solución particular, de un análisis inmediato, de un diagnóstico complejo, de empatía… es más difícil de sustituirse por una máquina. Dicen Frey y Osborne: “For workers to win the race, however, they will have to acquire creative and social skills.”. Madre mía, como corre Skynet.
Por tanto, las conclusiones son claras: la probabilidad de automatización ya es un predictor de desempleo potencial. Cierto es que su efecto dependerá de las capacidades requeridas para cada posición, aunque parece que una menor cualificación aumenta enormemente la probabilidad de que Skynet tome el lugar de uno. Para una mayor cualificación (¡oh, paradoja!) no hay regla práctica. Skynet está ahí. Dependerá en cada caso, si bien una mayor capacidad personal (como la creatividad o la empatía) permite adaptarse más fácilmente a un nuevo empleo, sector o entorno laboral. Estos cambios en las estructuras de producción (57% de media en la OCDE, en algunos países hasta el 85%) suponen también una modificación del contrato social como ya pasó en los 80. Las nuevas élites ajenas a la computerización (inversores y emprendedores) se diferenciarán cada vez más de la masa de trabajadores. ¿Por qué? Porque si bien la tecnología mejora la productividad, no genera (ni aunque lo diga Gartner) más empleos o salarios. Estamos en el Siglo XXI y Skynet ya no espera a nadie. Las tecnologías digitales (toda la información es hoy digital), la velocidad y capacidad de los computadores (cualquier PC actual es tan potente como el Deep Blue) presionan en cualquier aspecto social, no sólo en los tecnológicos. Esto afecta a cualquiera. Quién nos iba a decir que la guerra contra los Terminators de Skynet no iba a ser a tiros ni con humanos muertos, sino desempleados.