¿Qué nos enseña Fukushima? Reflexiones un año después


Falta poco para las tres de la tarde. En esta época del año la temperatura es baja en la costa del noreste de Japón. Una fina llovizna hace que la sensación de frío sea mayor. El agua está helada. Realmente helada. De pronto la tierra tiembla. Es un temblor como no se ha visto antes. Parece que no vaya a acabarse nunca. Son 6 minutos que parecen 6 horas. Se detiene. Escombros. Gente corriendo. Silencio. Y de pronto se hace de noche. Una ola enorme tapa el escaso sol. Tras ella una marea gris y fría, que surge de la nada, lo cubre todo. Un estruendo horrible. Armagedón. Silencio. Los cadáveres de 15,845 personas son mudos testigos de lo que pasó. A otras 3,380 más no se las ha vuelto a ver. Se acabó la vida como era hasta entonces para 100.000 niños, que no han vuelto a su casa. Si es que tienen casa. Después del tsunami casi 1.000 personas han fallecido, pues sus condiciones de vida no les eran soportables. Terremoto y maremoto juntos. 9 sobre 10 en la escala de Richter. Ocurre 1 vez cada 20 años, dicen.

El resto de la historia es, si cabe, más conocido. La central nuclear de Fukushima-Dai Chi, construida en 1971 por los americanos de GE, quedó seriamente afectada por el sismo. El coste del suministro eléctrico detuvo los sistemas de refrigeración de dos reactores de los seis de la central. Los motores diesel de emergencia fueron destruidos. Como resultado se produjo una fusión parcial del núcleo de tres reactores. Al día siguiente una explosión de hidrógeno destruyó varios edificios de la central y el tanque de contención de un reactor. También se sucedieron múltiples incendios en otro reactor. Múltiples grietas que filtran agua contaminada al mar, más las fugas de partículas radiactivas a la atmósfera ya han catalogado a Fukushima al mismo nivel de desastre que Chernobyl. Un 7 sobre 7… Japón, tras el desastre, decidió parar 52 de sus 54 reactores nucleares. Por seguridad.

Los humanos vivimos bajo dos grandes tipos de riesgos. Por un lado, los naturales. A veces olvidamos lo pequeños que somos. Por otro los riesgos técnicos/tecnológicos. A veces nos creemos que somos muy grandes. Si un teórico nos ha mostrado esa nueva dimensión del riesgo es Ulrich Beck. Sin olvidar a Anthony Giddens, eso sí. A ellos dos hay que atribuir el término «Sociedad del Riesgo» que caracteriza a la postmodernidad occidental desde los 90. Beck publicó en mayo de 1986 «La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad» . La catástrofe de Chernobyl se produjo en abril del mismo año. No fue casual. Para Beck era el ejemplo más claro de la nueva dimensión del riesgo global y voluntario. Nuestra sociedad habría vivido en el fin del siglo XX un cambio de paradigma. Un cambio en los valores fundamentales, que habrían pasado de centrarse en el «tengo miedo» antes que en el «tengo miedo». El fin de la era industrial (al menos en Occidente) nos habría llevado a  valorar lo inmaterial antes que lo material, que se daría por supuesto. Se aprecia más la calidad de vida que el acumular bienes. Así que hemos pasado de repartir riqueza a repartir riesgos. Pero mientras sí tenemos herramientas para gestionar esa riqueza, no disponemos de nada para esa gestión del riesgo global.

El riesgo es siempre una percepción individual, o sea muy postmoderna. Pero nuestro tiempo muestra su complejidad. Da igual el riesgo químico, nuclear o genético. Son todos riesgos técnicos, sí; pero de implicaciones «metatécnicas«. Están deslocalizados en el tiempo, no tienen limitación espacial y son muy a menudo imperceptibles. Y, sobretodo, son indiscriminados pues afectan igual a todos. Fukushima muestra nuestra exposición total a esos riesgos globales y la ausencia de un espacio protector. Aislamiento, distancia, prohibición, ignorancia… es decir, nuestras habituales tácticas de protección ya no sirven. En el caso de la energía nuclear los riesgos son mucho mayores que las oportunidades, sin duda. Ello es debido a la existencia de sustitutivos de similar beneficio y menor riesgo. Eso ya lo sabíamos desde Chernobyl. Pero, además, y quizá sea la gran lección de Fukushima, hemos de tener en cuenta lo improbable en la valoración del riesgo. No hay causalidades, no hay hechos seguros y existe elevada incertidumbre en todo. Paradójicamente, tenemos una elevada ignorancia derivada de la sobreinformación. Ya se planteó en otro post anterior: «demasiada confianza en una tecnología de la que sabemos demasiado poco».

Si alguien estaba preparado por experto, avanzado, ordenado y disciplinado para gestionar una catástrofe de esta magnitud eran los japoneses. Hoy sabemos que ni a Japón le ha sido posible. Entonces ¿Cómo prevenir? ¿Qué riesgo es aceptable? ¿Qué protección es mínima? ¿Qué riesgos implica esa protección? Fukushima, como antes Chernobyl o Harrisburg nos muestra la inconsistencia del análisis del riesgo; a más información, más ignorancia. No se dispone de modelos que permitan valorar esa probabilidad ínfima, y ahora sabemos que la tenemos que incluir. En Chernobyl hubo error humano. En Three Mile Island también. Entonces había un modelo al que acudir (o una excusa, si quiere). Y habíamos imaginado aguantar un tsunami, o aguantar un terremoto. Pero no habíamos previsto tener que aguantar un tsunami y un terremoto a la vez. Esta vez no hubo error humano, pero tampoco hubo posible protección ante lo imprevisto. Confieso que no pensé en nada de esto hasta aquel 11 de marzo de 2011, justo hace un año. Hoy creo que lo entiendo. Hoy estoy convencido de que no nos hace falta más energía nuclear. ¿Por buena? ¿Por mala? ¿Por peligrosa? ¿Por insegura? ¿Por compleja? ¿Por su riesgo?

No. Por cara y por injusta.

Porque lo que nos enseña Fukushima es el auténtico valor de las cosas. Y si no podemos calcular el valor de la probabilidad, sí podemos valorar económicamente el efecto de la catástrofe. Porque de alguna forma la energía nuclear traspasa sus problemas al futuro de forma enormemente amplificada. Piense que, riesgo de catástrofe aparte, serán las futuras generaciones las que van a tener que gestionar los residuos de una electricidad de la que no disfrutaron. ¿Por qué mi tataranieto debe gestionar ese átomo radiactivo que le envío del pasado? Deberíamos poder incluir ese coste a futuro (provisionar se dice) en el coste de producción actual, pero no lo hacemos. ¿Se imagina que los faraones hubiesen tenido centrales nucleares? ¿Sabe quién estaría gestionando (y pagando) esos residuos? Pues piense que el plutonio 239 tiene una vida media de 24.400 años, por ejemplo.

Pero eso no es nada comparado con la provisión económica que precisaría el riesgo ante lo improbable. Ahora sabemos que lo debemos incluir. Como mínimo hay que valorar el escenario de Tsunami+Terremoto. ¿Y qué tal Tsunami+Terremoto+Terrorismo? Se dice que Fukushima podría costar a TEPCO (y a los japoneses) hasta 77.000 millones de dólares. ¿Algún broker de seguros interesado? Además, el argumento de que no asumir riesgos compromete el crecimiento económico no es válido disponiendo de sustitutivos de mucho menor riesgo (y, por tanto, de mucho menor coste) para producir la misma electricidad que produce una central nuclear: carbón, gas natural, energía solar,… lo que sea. Menos riesgo… ¡Adiós nuclear! Joder… Nunca pensé que escribiría esto.

Acerca de David Ruyet

David Ruyet (Barcelona, 1970) has 25 years of proven experience within the renewable energy industry in Europe and South America. Graduated as industrial engineer with a specialization in nuclear energy in 1997, holds an MBA from ESADE Business School. He is also about to present his dissertation to receive a doctorate degree in economy in Spain. Blogging at www.davidruyet.net is an opportunity to share opinions on current issues related to energy energy and the economy.
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11 respuestas a ¿Qué nos enseña Fukushima? Reflexiones un año después

  1. simon dijo:

    Hola David,

    buen artículo. Te recomiendo que veas el reportaje de ayer de 30 minuts en TV3 sobre fukushima, si no lo hiciste ayer lo puedes bajar de tv3 a la carta.

    Yo tuve una cosa clara. en serio, Eso pasó en el país de los ninjas y los samurais. Mi reflexión mientras veía el documental, fue que eso pasa en España y salen todos pitando de la central a los 5 minutos. Voluntarios? En España? ni los jubilaos, ni bomberos ni ingenieros…..y el primer ministro visitando la zona, ya. Y tomando decisiones, claro.

    Propuesta para otro blog: alternativas de combustibles nucleares, bario, torio…..

    Saludos y a continuar con el blog.

    El Simón

    • David Ruyet dijo:

      Simón, muchas gracias por tu comentario. Es una buena reflexión. Si un país acostumbrado a los seismos y con 54 centrales nucleares, moderno, culto, ordenado y rico no ha podido gestionar esto, no parece que los latinos lo hiciésemos, así a bote pronto, mejor.

  2. a dijo:

    Recomendada lectura del Informe que ha publicado Fernández Ordoñez sobre el tema http://fernandez-ordonez.net/web/?p=2232

  3. jose maria dijo:

    És interesante valorar también que 25 años después de chernobyl, no existia memoria social ni técnica sobre lo ocurrido, los paises emergentes estaban encargando proyectos de nuevas nucleares y las empresas occidentales (Wetinghouse i Alstom entre otras) se los estaban proporcionando, hasta un total de 40 o 50 proyectos (creo), entre esos países que habian encargado un proyecto o estudio estaba la propia Libia, os imaginais un país norte africano en guerra, y a su vez la gestión de una planta nuclear.
    El otro escenario cuando menos complicado que se me plantea es el de un país como españa, en franca crisis económica combinada con el cierre de instalaciones por parte de empresas que priorizan su cuenta de resultados antes que la seguridad, será seguro el cierre de las centrales españolas?, yo no lo creo, deberiamos estar preparados para la «precariedad nuclear» que viene con la crisis.
    Felicidades por tu trabajo David, és muy interesante.

  4. Ender dijo:

    A ver si lo he entendido: el terremoto y el posterior tsunami mata a 16.000 personas de modo directo… y ese hecho no nos enseña nada. No tenemos nada que decir sobre ello. Pero eso sí, se funde el núcleo de una central nuclear (¿a cuántas personas ha matado?)… y eso nos hace llegar a toda clase de conclusiones.

    Pues permíteme señalar la incoherecia del argumento. Desde luego que de Fukushima se pueden extraer lecciones (ojalá se extraigan muchas, y que sirvan para mejorar la seguridad de las centrales). Como de los accidentes de aviación, o de las plataformas petrolíferas que se hunden… ahora, nadie propone dejar de volar, ni dejar de extraer petróleo. ¿Quizá porque no tenemos alternativas al avión y al petróleo? Dices que la energía nuclear tiene alternativas, y de menos riesgo, y lo centras sobre todo en la radiactividad que supuestamente dejaremos a nuestros tataranietos… Bueno, el avión a veces tiene alternativas, y mata más gente al año que las nucleares. El petróleo tiene alternativas en la generación eléctrica, y mata muchísima más gente al año que las nucleares. ¿No será que estamos dispuestos a asumir el riesgo, porque los beneficios nos compensan?¿Estás seguro de que con las nucleares esto no pasa?

    En el futuro se aproxima (ya estamos en él, de hecho) un cuello de botella energético para el que toda fuente de energía que contribuya a aliviarlo será fundamental. No creo, por tanto, que la nuclear «tenga alternativas», lo que tiene son «energías complementarias», dentro de un mix los más diversificado que nos podamos permitir. ¿Acaso el CO2 que le dejamos a nuestros tataranietos es una herencia mejor? ¿O dejarles sin combustibles líquidos de enorme y beneficiosa densidad energética no es una bonita broma? A bote pronto, estos problemas me parecen más impactantes para las futuras generaciones, y más difíciles de resolver, que la gestión de los residuos radiactivos, mucho menores en tamaño y más concentrados… es decir, que el problema es de mucha menor magnitud.

    No obstante, coincido contigo en que los análsis de riesgos deben ser revisados, y que la industria nuclear aún no ha dado la respuesta que el mundo espera para que sea aceptada en igualdad de condiciones a todas las demás, como ya argumentaba por aquí: http://www.comoquerais.blogspot.com/2011/04/fukushima-i-3-parte-reflexiones-y.html

    • David Ruyet dijo:

      Gracias Ender por su comentario. Para empezar, es precisamente el tsunami el que nos enseña todo: que tenemos que considerar lo improbable. No tan solo lo digo yo, sino que lo dice el mismo CSN. En cualquier caso, a mi me da igual si se utiliza o no la energía nuclear. Lo único que quiero es que incluya esos costes de equidad intrageneracional (cubrir por ejemplo los costes de reubicación de 100.000 personas, la descontaminación, etc.), o sea que alguien de la central tenga un seguro que cubra ese riesgo. Y luego los costes de la equidad intergeneracional, o sea que el coste de la gestión de residuos cubra su periodo de (al menos) semidesintegracion. Es sencillo ¿no? Me da a mi que con esos costes, la nuclear no es rentable. Porque los costes del CO2 sí que están incluidos (son los de los mercados de carbono ¿no?). Gracias por aportar interesantes argumentos al debate y su link.

  5. fina dijo:

    mb el post:))
    http://www.iustel.com/diario_del_derecho/noticia.asp?ref_iustel=1057493
    el diumenge passat programa de TV3 30 minuts.

  6. Pingback: ¿Es el medio ambiente un lujo para ricos? | el blog de David Ruyet

  7. JotaEle dijo:

    Estoy de acuerdo con que en la energía nuclear hay una elevada incertidumbre en todo, pero en especial, lo de Fukushima no fué una incertidumbre, ni un cúmulo de coincidencias (terremoto y sunami). Japón es el país de los sunamis, la palabra sunami es de origen japonés. En Japón existen escritos de hace cientos de años en los que se describe como después de un terremoto la población campesina se refugiaba rápidamente en las montañas para evitar el posible sunami. La conexión terremoto-sunami ya se conocía perfectamente, de hecho el sunami es provocado por el terremoto. De nada sirve preparar una central nuclear para un terremoto de grado 10 si no la protejes de un posible sunami equivalente.
    Como las centrales nucleares son tan caras, hay un compromiso entre seguridad y menor coste y por desgracia gana el menor coste. Lo de Fukushima, al no fué un riesgo no calculado, fué una chapuza.

    Saludos

  8. Pingback: El mundo es VUCA | el blog de David Ruyet

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