Año 2000. El paso de la economía industrial a la financiera, iniciado en los 80 en Estados Unidos y el Reino Unido, captaba nuevos adeptos entre las históricas socialdemocracias de Europa Occidental. Se extendía, pausado pero imparable, un modelo de crecimiento económico basado en el libre comercio y la libre empresa, aunque muy a menudo cercana al gobierno de turno (ya fuese bajo la fórmula del clientelismo, en los países latinos, o de los lobbys, en los anglosajones). Progresivamente, además, los sindicatos perdían su poder e influencia. Desde 1981 (el año en que Ronald Reagan acababa la huelga de controladores aéreos norteamericanos a lo bestia, despidiendo a 12.172 de los 13.000 amotinados) hasta hoy se cuenta una caída sostenida de más del 15% de las filiaciones a los sindicatos. Con la voluntad del nuevo modelo desde arriba, y sin mucha resistencia por abajo, se iría implantando un nuevo modelo laboral en Occidente. Estaba basado en los contratos temporales para los menos cualificados o los nuevos/jóvenes, conviviendo con contratos más sólidos y con derechos para los más antiguos. A la vez se establecían redes de protección social (básicamente de tipo económico), en la forma de salarios mínimos para los que trabajaban e ingresos mínimos para los que no (ya fuesen subsidios de desempleo más o menos largos, o rentas de inserción con intención de evitar las bolsas de pobreza). No obstante, esa red de seguridad laboral era muy desigual según el país o la región (20% de todo el gasto social en los países de la OCDE; menos del 10% en Asia), tanto en importes, coberturas, o duración.
En paralelo, la globalización llevaba a China, India y Rusia al capitalismo (casi 3.000 millones de personas). Aunque implantaron algunas reformas liberalizadoras, el suyo era un capitalismo algo sui generis: autoritario, poco o nada democrático, y manejado directamente por el estado. Los emergentes (a los que se unían Brasil y Sudafrica para formar los BRICS) optaban por el proteccionismo de sus economías para crecer, y ese modelo les funcionaba muy bien (Rusia, Brasil, India y China crecieron un +7,9% entre 2000 y 2010). El éxito se basaba en su menor renta (que permitía asumir menores costes de producción) y en su poder demográfico. Y eso era un modelo muy atractivo para las empresas occidentales, que se volcaron a invertir y (des)localizarse allí (esos datos en un informe del Banco de España aquí). Ese modelo marcaba una ley de único precio a escala mundial. Esta teoría económica (no es una ley exactamente) predice que, si no existen barreras al comercio para un producto, no existirán dos o más precios para éste. Con la globalización de los mercados eso aplicaría también al trabajo… ¿Cómo? Fácil: si un tipo en Francia fabricaba lo mismo que uno en China, los dos deberían cobrar lo mismo, porque su producto costaría -al final- lo mismo. A la práctica eso implicaba que, o (1) se cobraba lo mismo que el chino, o (2) se iba al paro, o (3) se hacían las cosas que los chinos no sabían (todavía) hacer.
¿Y qué hacer? Muchos de nuestros padres vivieron tranquilamente de un grado medio o, incluso, sin estudios. Estar treinta años en una misma empresa no era habitual… De pronto, eso ya no era así. A finales de los 90, no sólo era habitual la rotación laboral, sino que los tiempos de recuperación del empleo en Occidente, tras una crisis, eran cada vez mayores: la revolución tecnológica de los 80 precisaba de nuevas competencias y era preciso reciclarse. El trabajador poco capacitado se había convertido a principios del 2000 en sobreabundante a nivel global. No obstante, tener una licenciatura o ingeniería tampoco aseguraba nada… Llegaban los mileuristas, o los JASP, y lo hacían para quedarse, con sus completos CV y… sus sueldos precarios. En su momento, el sistema educativo no había asumido la necesidad de formar en nuevas competencias. Las reformas eran postergadas una y otra vez. La brecha salarial ya generaba desigualdades educativas con formaciones de primera categoría en instituciones privadas, pero cada vez peores en la pública. Si no lo cree, sólo debe revisar la mierda de reformas educativas en España desde los 80, cada vez más mierdas, para entender la mierda de nivel formativo en España). ¿Qué consecuencias de derivaban? una clase media occidental muy poco flexible en lo laboral, sin una buena base técnica de conocimientos, y con ciertas carencias en sus competenciales personales.
Un poco antes, desde 1994 (más o menos) una locura inversora centrada en las Tecnologías de la Información y Comunicación (o TIC) recorría los mercados globales. Era el inicio del engorde de la burbuja punto-com. El NASDAQ reventaba en el 2000, después de la inyección loca de capital en muchas empresas que tecnológicamente aún estaban muy verdes como para ser una alternativa a los negocios tradicionales (por ejemplo, Amazon capitalizaba igual que Alcoa o EBay como JP Morgan… absurdo en 1999). Detectar una burbuja, en el fondo, es sencillo: cuando halle un mercado donde hayan altos volúmenes de transacciones a precios muy distintos del valor económico fundamental, tendrá una. Y ya sabe que (aunque no se quiera creer) las burbujas siempre explotan… Así que a medida que la economía empeoraba en 2001, la Reserva Federal norteamericana (Fed) reducía sus tipos de interés de forma drástica. Greenspan seguiría esa política hasta 2004. Por su parte, el Banco Central Europeo seguía los pasos de la Fed y bajaba los tipos, sin subirlos hasta 2005 . Si bien facilitar el acceso a todo ese capital ilimitado e increíblemente barato tenía por objetivo que las industrias occidentales redujesen sus costes financieros y se adaptasen a ese nuevo entorno global, la realidad fue otra. Todo esa inundación de crédito, escarmentado en la burbuja tecnológica, se fue a otro lado: al mercado inmobiliario (en especial en Estados Unidos, UK, Irlanda y España).
Se creaba así una nueva burbuja (José García-Montalvo en 2003 ya decía esto), sin que a nadie le importase mucho. Y es que con esos negocios casi nadie pierde: la construcción es muy intensiva en mano de obra no cualificada, y con ella el paro cae muy rápido. Además, un aumento del valor de la vivienda favorece al votante medio (que suele tener alguna en propiedad). La revalorización de la vivienda entre 1997 y 2007 fue, por ejemplo en España del +191% según The Economist (la segunda mayor de la OCDE) y superior a la de Reino Unido (+168%) o Estados Unidos (+85%). Igualmente, la nueva construcción generaba grandes ingresos fiscales para el sector público. Lo dicho, CASI todos ganaban. Con el doping de los tipos de interés bajos las clases medias, cada vez más empobrecidas, no tan sólo vivían del crédito y de comprar productos baratos hechos en China, sino que enloquecían comprando casas con créditos hipotecarios como nunca antes se vio. Además, se mantenía el consumo. El problema es que mientras el crédito fluía en las empresas no hacía falta ser muy creativo… La burbuja crediticia sumió a muchos países en una falsa prosperidad, con un mercado interno boyante, pero de pies de barro. Los planes optimistas de la gente se quedaron en eso: en simples planes. A la vez se generaba un enorme problema que sólo podría resolverse (como sabemos hoy) en el futuro.
Tras ese espejismo de economía boyante, seguía la descapitalización intelectual de los trabajadores occidentales. Los «blue collar» o incluso los «white collar» se veían obligados luchar por un salario estancado, en un entorno global de costes laborales deflacionarios (como vio en el post anterior). Elizabeth Warren y Amelia Tyagy detectaban en 2004 los efectos de ese nuevo modelo en su (re)conocido «The two income trap«: las familias occidentales, que disfrutaban de dos ingresos (la mujer ya se había incorporado al empleo de forma masiva desde los 60), no tenían mayor poder adquisitivo que la generación anterior, aunque disponían de un +75% de ingresos. Muchos de los costos fijos de la familia subieron – cuidado de la salud, cuidado de niños, búsqueda de un hogar de tamaño suficiente, un segundo automóvil para que mamá llegue al trabajo, etc.-, pero a la vez los servicios públicos bajaban en calidad y cantidad (aunque no así los impuestos que servían para pagarlos…). Como demostraban Warren y Tyagi, no era frivolidad en el gasto, sino que se trataba de la imposibilidad de la familia media de llegar a un escenario de confort en costes. En realidad, buena parte de los compradores de viviendas entendían que era una apuesta conservadora por la seguridad a largo plazo. Incluso más que el ahorro en productos financieros.
Efectivamente: porque la solución al problema a la creciente desigualdad no era otro que expandir y facilitar los préstamos a las familias (tuvieran ingresos altos o bajos…). En realidad, facilitar el crédito permitía no afrontar los problemas reales por parte de los políticos. Se obviaba la necesaria reestructuración de las empresas para competir en el mercado global, y se postergaba la necesidad de los trabajadores de formarse en el nuevo entorno competitivo. «Bueno, fácil: enviemos a nuestros hijos a estudiar«. Eso pensaron muchos padres. Al intentar enviar a su hijo a una universidad privada, que de media cuesta unos 50.000 dólares estadounidenses al año, vieron que eso era lo que estaban ganando… ¡los dos!. ¿La solución? Más deuda. Así que no le extrañará que sólo la deuda en préstamos para estudiantes sea de más de 1oo.ooo millones de dólares en Estados Unidos. Más que lo que se debe en las tarjetas de crédito. Ya sabe cuál es la próxima burbuja: la de los impagos de tipos con estudios superiores de los prestamos que les permitieron estudiar, por sus bajos salarios para devolverlos… Mal escenario para el trabajador occidental en 2010: poco competitivo, sobreabundante y precario, y con una red social que los asiáticos no tienen ningún interés en desarrollar; con el serio riesgo de que mucha de la histórica clase media quede fuera del sistema, o de que muchos trabajadores -de media edad- no vuelvan a acceder al mercado laboral… La amenaza del Low Wage World o el modelo de America Latina importado a la OCDE, aparece hoy más real que nunca…
(Continuará en… Parte V: el fin del trabajo)
David, la serie ¿se acabó el trabajo? es realmente excelente, tanto que al leerla me ha recordado los peores presagios del pasado, porque hace 30 años el fin del trabajo sólo pertenecía a la ciencia ficción distópica, aquella que nadie quería que se hiciera realidad, pero que el paso del tiempo se ha encargado de convertirla en una tragedia diaria. El fin del trabajo, el trabajo precario, el desempleo crónico que han arruinado el modo de vida occidental como lo conocieron nuestros padres e incluso nuestros abuelos. Cientos de millones de personas han vivido, hemos vivido de préstado, robando recursos del futuro. Ejércitos de desempleados, de personas que apenas les llega dinero para sobrevivir, donde la competencia laboral se ha convertido en global y salvaje. Donde las máquinas ya son trabajadores más eficientes y baratos que los humanos que las han creado. ¿Dónde quedó el estado del bienestar?. Cuándo una familia de clase media podrá volver a vivir con el sueldo de un solo cabeza de familia, cuándo podrá volver a comprar una casa sin hipotecarse durante 40 años, cuándo podrá volver a comprar un coche al contado, enviar a todos sus hijos a la universidad, además de poder disfrutar de un mes de vacaciones con toda su numerosa familia viajando a lugares exóticos. Y sin endeudarse ya que ese sueldo da para todo, incluida la jubilación. Ahora esos tiempos pretéritos son ciencia ficción pero fueron reales, nuestros ancestros pueden dar fe de ello, especialmente en Norteamérica. ¿Qué otras distopias nos aguarda el futuro?
Muchas gracias Juan Carlos, por su comentario y por seguir este blog. Esperó poder compartir una reflexión sobre cuál es el futuro del trabajo en el próximo post.
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excelente serie. espero el siguiente post con ansiedad. ¡No nos hagas esperar tanto como con el último¡
Muchas gracias, murphy, por su comentario. ¡Intentaré que el tiempo entre posts sea el mínimo! Gracias por seguir este blog.
Felicitats pel Post. Coincideixo 100% amb tu.
Salut,
Xavier Gàsquez
«Detectar una burbuja, en el fondo, es sencillo: cuando halle un mercado donde hayan altos volúmenes de transacciones a precios muy distintos del valor económico fundamental, tendrá una.»
¿Qué significa valor económico fundamental?
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