Confieso que a Thomas L. Friedman le descubrí tarde. Muy tarde. En 2006, en unas clases de ESADE y después que me recomendasen un libro de título tonto: «La Tierra es plana: breve historia del mundo globalizado del siglo XXI«. El librito ha vendido más de 4 millones de ejemplares en 37 idiomas desde su publicación en 2005. Tremendo. Este Friedman (hay otro Friedman -George- que escribe sobre geopolítica y globalización, y que también tiene su puntito) es un periodista y escritor de prestigio internacional, que ha ganado hasta tres veces el Pulitzer. Escribe en The New York Times y tiene un blog con apariciones casi tan anárquicas como las mías en este (salvando las distancias, claro).
La visión sintética que Friedman sobre la globalización resulta brillante. Ya la insinuaba en 1999, en el anterior «The Lexus and the olive tree«. Ese libro se centraba en el conflicto que planteaba la globalización: la colisión entre prosperidad y desarrollo (el Lexus) por un lado, y tradición e identidad (el olivar) por otro. Las diferentes fuerzas que confluían en un nuevo sistema organizativo internacional (la globalización) obligaban a otra visión para comprender y sobrevivir en el nuevo entorno: «if you can’t see the world, and you can’t see the interactions that are shaping the world, you surely cannot strategize about the world«. Incorporaba la -comentadísima- teoría de que dos países con un McDonald’s no se declaraban nunca la guerra. La demostración era inductiva (si vale para éste, y para este otro y luego para uno al azar, pues vale para todos). Así, a bote pronto, parecía funcionar: sólo el conflicto entre Rusia y Georgia de 2008 no habría cumplido la teoría, valida para los 123 países con McDonald’s de 196 (pero para que sea una regla debe haber una excepción ¿no?). ¿La explicación? Podemos pensar que el libre mercado sustituye los conflictos armados por comerciales; también podemos pensar que igual las multinacionales mandan más que los gobiernos. Whatever, mientras la gente no se mate. El tipo llamó a ese corolario la «Teoria de prevención de conflictos de los arcos dorados«, por el logotipo en forma de culo invertido de McDonald’s. Un guasón, vaya.
«La Tierra es plana:…» propone entender la globalización como un proceso continuo, que habría pasado por diferentes etapas evolutivas. La primera se habría iniciado en 1492, con el descubrimiento de América (la «Globalización 1.0«): los agentes globales eran los imperios; los estados-nación europeos consolidados que, tras la Paz de Westfalia, competirían entre ellos por la fuerza. En 1.800 se habría abierto una segunda etapa: ahora los agentes globales serían las empresas; la era de la industrialización estableció nuevos mecanismos de competencia, donde las multinacionales pasaban a desempeñar el rol de agente global. Esta «Globalización 2.0» habría finalizado en el año 2000. Ahora los agentes globales serían los individuos, pues los nuevos mecanismos de competencia a escala global son las TIC y facilitan ese empowerment. Esta conectividad, esta inmediatez mediática, este 24/7, esta deslocalización de la información habría eliminado las barreras del mundo: lo habría aplanado. En esta «Globalización 3.0» los mediocres no tienen sitio, se va más rápido y todo es subcontratable y externalizable.
La globalización, según Friedman, se fundamentaría en diez «aplanadores» (flatteners): (1) la caída del muro de Berlín en 1989: con él cayeron los bloques y se generó un único espacio económico de mercado; (2) Netscape: aquel navegador -casi extinguido- que se hizo público y gratuito en 1995 y que hizo Internet accesible a todos; (3) Software work flow: lenguajes y protocolos de programación (HTML, SMTP…) que permiten trabajar de forma fluida y comunicar de forma sencilla personas con máquinas; (4) Uploading: es posible trabajar online y de forma cooperativa en proyectos: software libre, blogs, Wikipedia…; (5) Outsourcing: Si lo puedes digitalizar, te lo puedes sacar y que te lo haga un tercero experto y más barato; (6) Offshoring: o sea deslocalizaciones empresariales, la mayoría manufactureras ¿dudas? miren a China; (7) Supply Chaining: desarrollo de las cadenas de suministros basada en la colaboración horizontal entre proveedores-minoristas-clientes; (8): In-sourcing: integración en el negocio de subcontratistas para el desarrollo de actividades que eran internas; (9) In-forming: acceso libre y sencillo a la información, buscadores de red como Google, Yahoo, Altavista (¿alguien se acuerda?) y (10) los esteroides (este tío es un guasón): el USB, wireless, VoIP, Skype… elementos para la movilidad total («anywhere, anytime, anyone«) que habrían acelerado el proceso, multiplicando los efectos de los otros flatteners.
La confluencia en el terreno de juego global de estos flatteners (la llama «Convergencia I») junto con la participación de empresas y particulares, con nuevos hábitos y habilidades que los hacen más productivos («Convergencia II«) así como la dimensión global: millones de personas en todos los países y desde su casa («Convergencia III»), habrían originado lo que el llama «Triple Convergencia«: «here’s the truth that no one wanted to tell you: The world has been flattened. As a result of the triple convergence, global collaboration and competition-between individuals and individuals, companies and individuals, companies and companies, and companies and customers- have been made cheaper, easier, more friction-free, and more productive for more people from more corners of the earth than at any time in the history of the world«. Lo dicho, un análisis brillante.
¿Y de la energía? habla poco. Si bien la explicación de Friedman tiene una marcada base tecnológica, lo cierto es que su enfoque sobre la globalización es básicamente económico. Sin embargo, en el terreno energético no habrían tantos aplanadores: «If millions of people from India, China, Latin America, and the former Soviet Empire who were living largely outside the flat world all start to walk onto the flat world playing field at once-and all come with their own dream of owning a car, a house, a refrigerator, a microwave, and a toaster-we are going to experience either a serious energy shortage or, worse, wars over energy that would have a profoundly unflattening effect on the world» o sea, más bien al revés. En otras palabras, en energía sigue mandando la geopolítica: asegurarse las fuentes de suministro energético es un juego en un terreno político no plano.
En su última visión del planeta Friedman reflexiona sobre lo que considera los tres principales problemas a los que nos enfrentamos en el siglo XXI: el cambio climático (caliente), la globalización (plana) y la sobrepoblación (abarrotada). Y así titula su libro de 2009: «Caliente, plana y abarrotada: por qué el mundo necesita una revolución verde«. El escenario ya lo conocemos: la competencia en el espacio económico crece, y esta depende básicamente de asegurar el acceso a energía barata. El mundo es hoy un enorme marketplace tentado por el modelo del hiperconsumismo americano. La incorporación masiva de las nuevas clases medias chinas o indias, o de otros países emergentes, deseosas de acceder a ese modelo energético obeso obligan a luchar por los recursos energéticos. Se tensionan los precios, se condiciona la política internacional, no se estimulan las reformas democráticas o la modernización económica en los países productores de petróleo o gas (la mayoría sin tradición democrática, que Friedman denomina petrodictatorship), se refuerzan las dictaduras y, de forma indirecta, se fomenta el terrorismo de nuevos agentes no estatales con capacidad global no adscritos a países (como la piratería o Al-Qaeda). La sobrepoblación mundial acelera el proceso de demanda energética, y el uso masivo de combustibles fósiles redunda en el aumento del calentamiento global, contribuyendo al cambio climático. Colapso global.
¿Solución? Friedman siempre ha sido un optimista. Quizá demasiado. Su propuesta es una plan que denomina «Revolución verde», y que se fundamenta en un cambio de valores inicial complementado con una serie de medidas gubernamentales diseñadas para promover el desarrollo económico y social responsable desde el punto de vista energético fundamentado en una innovación tecnológica (el Code Green). El conocido trade off entre energía y medio ambiente se convierte en «una serie de grandes oportunidades disfrazadas como problemas irresolubles”. El momento actual -dice Friedman- sería perfecto para este cambio de modelo: un nuevo capitalismo, más limpio, más eficiente y más justo. Algunos autores lo llaman ecocapitalismo o economía ecosocial de mercado (no sé que nombre es más feo de los dos), aunque ese término no saldrá posiblemente nunca de la boca o lápiz de un Real American. Pero Friedman va un poquito más allá: señala a Norteamérica como el problema y la solución (el título original es «Hot, Flat, and Crowded: Why We Need a Green Revolution–and How It Can Renew America«; en castellano se han dejado el final…). Si el modelo energético obeso y demodé del siglo XX, como el americano, nos ha llevado a esta situación -dice Friedman- sólo el liderazgo yankee nos puede sacar de él: «Not only is American leadership the key to the healing of the earth; it is also our best strategy for the renewal of America«. Y si no lo resolvemos nosotros, lo padecerán los siguientes. Sean americanos o no. ¡A trabajar!
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