El buey de Galton o porqué en ocasiones uno y uno pueden sumar tres


1906. Es una lluviosa mañana de otoño. Sir Francis Galton sale de su casa en Plymouth para visitar la Feria de Ganado. Se celebra la «West of England Fat Stock and Poultry Exhibition» y, como cada año, los agricultores locales se reúnen allí. Además de hacer negocio, llevan sus mejores piezas a competir en el concurso anual. Aunque Galton tiene ya 85 años, le puede la curiosidad y, con su mozo, toma el carruaje y se acerca a la Feria. Allí todo es como cada año. Lo más selecto del condado de Devon se ha dado cita. Galton les saluda amablemente mientras pasea entre hileras de animales, y se detiene frente a un enorme buey. Quizá sea de raza Hereford, o igual Aberdeen-Angus: «come on; let’s take a look«. Pero lo que más llama la atención de Galton es su tamaño. De hecho, hay un concurso: adivine cuánto pesa el buey por seis peniques. Hasta 800 personas han apostado (algo muy inglés). Desde hace mucho que Galton está fascinado por la estadística. Así que le pide al tipo que recoge las tarjetas que le deje copiar los valores que se ha ido apostando. Uno tras otro, Galton anota los valores de las tarjetas en un cuaderno; suma tras suma, calcula la media de las apuestas hechas por 800 tipos a ojo. Resultado: 1.197 libras. Peso real: 1.198 libras. «¿¿¿What the fuck???»

Este episodio es conocido como «El buey de Galton» y ha generado mucha literatura. De hecho, ya en 1907 el propio Galton publicó el caso en Nature (tiene su gracia ver el artículo original). Si bien la figura de Galton ultrapasa la anécdota (fue uno de esos brillantes científicos autodidactas y renacentistas que florecieron en el XIX), se usa como ejemplo de los beneficios que implica una buena colaboración. Lo recuerda James Surowiecki en su best-seller «The Wisdom of Crowds«. Surowiecki es el columnista financiero del semanario The New Yorker; me encanta esa revista, escrita desde hace más de 80 años siempre en tipografía Caslon, y donde también escribe el imprescindible Malcolm Gladwell, la gran Hannah Arendt o el mítico Seymour Hersh. El libro traducido aquí como «Cien mejor que uno» (tela marinera) propone una idea interesante. Dice Surowiecki que «los grandes colectivos son más inteligentes que la minoría selecta, por brillante que ésta sea, cuando se trata de resolver problemas, promover la innovación, alcanzar decisiones prudentes, e incluso prever el futuro«.

Al fenómeno por el que la colaboración y competencia de los individuos puede hacer surgir un concepto de inteligencia común muy superior al de la suma de los individuales se le ha llamado inteligencia colectiva. La idea que subyace es sencilla: si bien nadie sabe todo, todos sabemos sobre algo, aunque sólo sea un poco. Como no es un trabajo común ni de un grupo establecido, no se la considera cooperación o colaboración; es más bien un trabajo grupal autorregulado, donde no se visibiliza necesariamente recompensa o se localiza un líder. Es totalmente horizontal. De hecho, el gran problema de la cooperación -como ya se comentó en el post de los zapatos de tacón– es la existencia de incentivos individuales superiores a los del grupo (el famoso dilema del prisionero) que en este caso parece no existir. ¿Existe la inteligencia colectiva? ¿Ejemplos?

Las hormigas: nadie da las órdenes en una colonia de hormigas, pero todas saben en su conjunto qué hacer y cómo hacerlo. Este fenómeno se da en la mayoría de los llamados insectos sociales: algunas especies de abejas y avispas, termitas, algunos pulgones y en todas las hormigas. Curiosamente no se trata de solidaridad generacional, pues un bicho de estos nunca llega a conocer a sus descendientes. En realidad son animales solitarios; especializados, organizados y con roles pero solitarios.

Linux: el ejemplo más exitoso y conocido de software libre (que no quiere decir gratis); el código fuente de Linux puede ser utilizado, modificado y redistribuido libremente por todo aquel que quiera colaborar mejorando el proyecto iniciado en 1992 por Linus Torvald en Finlandia. Google ha realizado una extensión de su Google Chrome abierta que permite la participación colectiva; como Linux…

– Google: no es sólo un buscador (es el principal buscador con el 70% del tráfico). Se trata del buscador de lo que más busca la gente. En realidad, cuando Google realiza una búsqueda lo que hace es contar los vínculos de una página con otras. De forma resumida, cada link es interpretado como un «voto», que se pondera según lo relevante que sea cada página. El éxito de una página y su posición en la búsqueda de Google lo es, por tanto, por sus menciones y sus visitas, es decir lo que quieren todos los visitantes de la red.

– La Wikipedia: ya es el referente de la búsqueda generalista en internet. Tecleas en Google «pescado» y aparece en el primer lugar «Pescado – Wikipedia, la enciclopedia libre»; tecleas «Senegal» y aparece «Senegal – Wikipedia, la enciclopedia libre»; tecleas «pecho» y aparece «Pecho – Wikipedia, la enciclopedia libre». Teclea «pechos» y aparecerá otra cosa. Cualquiera puede completar o modificar una entrada. Yo mismo lo he hecho en más de una vez. A la práctica tiene ya más contenidos que cualquier otra enciclopedia online y es casi tan exacta como la Britannica.

La recomendación de libros en www.amazon.com: que soy un convencido de Amazon está claro, por las constantes referencias de títulos en este blog. Pero es que desconozco una plataforma de compra de libros online más rápida, eficiente y con mejor precio. Uno de sus mayores atractivos (y generador de negocio) es la recomendación de otros libros una vez has seleccionado uno, ya sea por autor, temática, título. Eso si antes la opinión de otros lectores no te ha permitido tomar o cambiar la decisión de compra.

La open innovation: concepto atribuido a Henry Chesbrough, es una estrategia de innovación con la que las empresas deciden abrir sus procesos de I+D al exterior, buscando la participación de profesionales externos a partir de canales especiales. El objetivo final es poner en el mercado nuevos productos y tecnologías. el proyecto inicial puede estar dentro o fuera de la empresa, pero se desarrolla desde la participación colectiva. El programa «Connect + Develop» de Procter & Gamble se basa en estos principios. El cepillo de dientes a pilas Spinbrush es uno de sus resultados.

La inteligencia colectiva es uno más de los fenómenos crowd- que están caracterizando el inicio del siglo XXI facilitado-generado por la Web 2.0. El Crowd-sourcing o externalización de tareas de un colectivo en una plataforma abierta (por ejemplo, la Wikipedia, iStockphoto o incluso Twitter) es la versión del poder del colectivo más conocida. Pero coexisten otros fenómenos colaborativos. Por ejemplo, el Crowd-Funding o mecenazgo colectivo, donde un proyecto utiliza la web para buscar la financiación de muchos pequeños inversores (como KickStarter, la pionera del fenómeno, Kiva para microcréditos, Sellaband par grupos de música, o la irreductible Verkami en España para creadores independientes). La Crowd-Creation (¿y qué es sino la open innovation?) como la que presenta 99designs o crowdSPRING donde a la solicitud de un diseño se pone a cientos de creativos a competir o, quizás el mejor ejemplo de todos, Linux. Incluso el Crowd-Wisdom, el más punkie, pues se trata de determinar tendencias a partir de opiniones, pero sin realizar encuestas; por ejemplo, Hollywood Stock Exchange permite la compra de acciones sobre películas, directores o actores, simulando una bolsa de valores; simExchange hace lo mismo con los videojuegos. Con un juego se pretende predecir tendencias en estos productos, aunque la idea tenga detractores.

Está claro que tiene aplicación en las empresas pero ¿puede servir como estrategia ante los grandes retos de la humanidad: pobreza, superpoblación, cambio climático…? Poder orientar esta inteligencia hacia la búsqueda de estas soluciones sería muy potente, pero se trata de conseguir algo más que simple suma de colaboraciones. La inteligencia colectiva se produce si se generan nuevas formas de organización, muy horizontales y poco jerarquizadas, con elevado sentido de la responsabilidad en sus miembros, automatización y con capacidad de multiplicar las capacidades creativas individuales. Con otras palabras, madurez y respeto que amplifican la creatividad y el conocimiento. Las hormigas no logran ver el escenario global; nosotros tampoco, pero ellas actúan por el bien común. ¿Lo lograremos nosotros?

Acerca de David Ruyet

David Ruyet (Barcelona, 1970) has 25 years of proven experience within the renewable energy industry in Europe and South America. Graduated as industrial engineer with a specialization in nuclear energy in 1997, holds an MBA from ESADE Business School. He is also about to present his dissertation to receive a doctorate degree in economy in Spain. Blogging at www.davidruyet.net is an opportunity to share opinions on current issues related to energy energy and the economy.
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2 respuestas a El buey de Galton o porqué en ocasiones uno y uno pueden sumar tres

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