El bistec de canguro que puede salvar al planeta


La COP17 en Durban llega a su fin. Como ya se comentó en otro post, la situación no está clara. De hecho han decidido jugar una prórroga, para no chutar penaltis. Parece que los chinos dicen que «sí», y luego que «no». Los americanos que «no», luego «bueno», y al final «no». Los europeos «claro que sí», pero temiendo quedarse más solos que la una. Todo a medio gas. Leyendo el boletín de la IISD, que cuenta cada día como están las negociaciones, se intuye que de haber acuerdos, serían de última hora: «Como en Copenhagen, no vamos a dormir esta noche«. Imaginen a los casi 20.000 representantes negociando, buscando avanzar, alcanzar un acuerdo en algo… «Durban no puede enviar el mensaje de no hacer nada» dicen. Pero no sé, no sé…

Seguro que las reuniones son largas y densas; las posiciones, firmes. Argumentos a favor y en contra en cientos de páginas y chuletas. Y seguro que el transporte ocupa un lugar principal en las discusiones. Trenes contra camiones. Motos contra coches. Aviones no, por favor. Híbridos contra gasolina. Eléctricos contra híbridos. Bicicletas contra todos. O mejor a pie. Y así con una idea muy clara: reduzcamos el consumo de combustibles en el transporte. Consumamos localmente. ¿Es así? ¿Importa tanto el transporte? ¿Y si lo importante no fuera el transporte sino lo que se transporta?

El cambio climático se asume generado por el calentamiento global; se ha producido un aumento de la temperatura de la atmósfera y de los mares, derivado de la acumulación de ciertos gases que hacen opaca a nuestra atmósfera a la salida de calor: la convierten en una especie de enorme invernadero. Estos gases, cuya emisión en exceso se entiende que es resultado de la actividad industrial humana de los dos últimos siglos, no son todos iguales. Se consideran seis gases diferentes con influencia en ocasionar este efecto: el dióxido de carbono (CO2), el vapor de agua, los óxidos de nitrógeno (NOx), el ozono, los clorofluocarbonados (CFC), y el metano. En un alarde de originalidad se les llama «gases de efecto invernadero«. A igualdad de concentración, el metano es de los peores. Hasta 23 veces más que el CO2. En 2010, el metano contribuyó al 14% de las emisiones totales, pero claro, su efecto invernadero equivalente fue mucho mayor.

¿Pero cómo se emite? Por sectores, según Global Methane, del orden del 90% de las emisiones de metano de 2010 se repartieron entre cuatro segmentos: agricultura y ganadería (53%), sector del carbón (6%), petróleo y gas (20%) y vertederos (11%). ¿Y si nos fijamos en la ganadería? Pues resulta que según la FAO el ganado es el responsable del 18% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Más que el transporte (con un 14%). O sea que todos los coches, camiones, barcos, trenes y aviones que mueven personas o cosas, producen menos gases de efecto invernadero que el conjunto de la agricultura intensiva, la maquinaría agrícola, el uso de fertilizantes, la quema de tierras agrícolas para barbecho, o la deforestación de tierras para pastoreo. Sin olvidar al propio ganado en sí. Y es que el ganado, ya sea vaca, oveja, cabra o buey, rumiantes ellos, son unos tremendos contaminadores; añadan cerdos y caballos, que no son rumiantes. Sus exhalaciones, eruptos, flatulencias y estiércol emiten metano (a todos esos fluidos corporales emitidos en fase gaseosa y maloliente les llamamos, finamente, fermentación entérica). Para hacerse una idea, el 6% de lo que comen es peído o eruptado (energéticamente hablando, está claro). Ya lo dicen los castizos «a barriga gigante, pedo retumbante«.

En otro post ya se habló sobre los problemas globales que se derivaban de un consumo intensivo en carne, debido a los elevados recursos que se precisan: espacio, abono, agua, pasto o pienso,… Sólo el espacio que se precisa para producir idéntica cantidad de proteínas vegetales y animales es 10 veces menor para legumbres, frutos secos y cereales. Hay que pensar que la ganadería ocupa el 70% de los terrenos del planeta que se destinan a la agricultura. Piense entonces que, además de la enorme cantidad de recursos que se utilización en comparación, hasta el 40% de todo el metano que se emite sale –nunca mejor dicho- de la agricultura en sus diferentes fases de producción. La EPA americana achaca un 28% del total al ganado. ¿Cómo actuar? Una línea de investigación abierta es dar otro tipo de alimento al ganado que genere menos gases (enriqueciendo con omega-3 el pasto o el pienso) . Incluso se ha planteado recolectar los pedetes de las vacas en una mochila. O convertir el estiércol en energía eléctrica. Pero probablemente, la mejor idea sea reducir el consumo de carne de vaca y sustituirla parcialmente por carnes blancas, huevos o pescado, o incluso haciendo nuestra dieta progresivamente más vegetariana.

Pero ahí aparece el canguro australiano. ¿Se tiran pedos? Como todos. La gracia es que el mecanismo de digestión de los canguros (donde se retiene menor tiempo el alimento y no hay tanto tiempo para fermentar), y una bacteria especial presente en su estómago reduce enormemente la presencia de metano tras la digestión. Cosas del destino. Pues la idea sería incorporar al canguro en la dieta. Hamburguesas de canguro. Albóndigas de canguro. Bistec de canguro. Fricandó de canguro. Nuggets de canguro. McCanguro. El Gobierno Australiano recomienda el consumo de carne de canguro que, además, parece ser muy saludable. No quiero pensar en las campañas de los ganaderos vacunos y ovinos, americanos, argentinos, japoneses o españoles en su contra. Menuda campaña de marketing haría falta para el cambio. Y, claro, uno podría pensar que, con lo lejos que está Australia de todas partes, el consumo de combustible asociado al transporte de los filetes de canguro igual haría la cuestión inviable. Pues tampoco.

En 2008, dos investigadores de Carnegie Mellon llamados Weber y Matthews estudiando el llamado ciclo de vida de los principales productos consumidos por el americano medio, llegaron a la conclusión de que el transporte no era tan importante. El estudio -de cierta relevancia, y que incluso se mencionaba en el best seller Freakonomics– consideraba las emisiones en todas las fases de la cadena de suministro de los productos alimenticios: producción, transporte, distribución y consumo. El transporte era el 11% y la distribución el 4%. En su estudio (aquí) también se cepillaban el mito del consumo de los «productos de proximidad» (por ejemplo, los famosos «km.0» del movimiento «slow food») . De poder sustituir todos los productos por «locales», sólo se ahorrarían el 5% de los gases de efecto invernadero. Bien, pues eso mismo se lograría simplemente «Shifting less than 1 day per week’s (i.e., 1/7 of total calories) consumption of red meat and/or dairy to other protein sources or a vegetable- based diet«. Menos carne roja tiene el mismo efecto. Es más, cuanto más local, el tamaño de la explotación ganadera suele ser menor y, por tanto, las emisiones específicas suelen ser mayores. Seguro que habrán excepciones, según el mix energético de un país, pero los datos están ahí y el estudio es bastante riguroso.

¿Ideas? Pues que en esto del cambio climático no es oro todo lo que reluce. Carne de canguro saludable y no flatulento, transporte de baja contaminación relativa, terribles pedos de vaca, carne roja de elevadísimo coste oculto ambiental, ineficientes productos de proximidad -climáticamente hablando-… Paradojas una tras otra. Es normal que el acuerdo en Durban sea complejo. Primero, porque hoy, con la que está cayendo, luchar contra el cambio climático no es una prioridad. Lamentablemente, es así. Pero, segundo, porque se trata de un tema muy complejo y dificil. Múltiples causas, combinaciones, sistemas, subsistemas, amplificadores, inhibidores… un fenómeno no lineal y que se realimenta (los famosos «feedback loops«). Todo se mide con modelos aproximados muy sofisticados, donde los resultados se entienden como «probabilidades de«. Pues convenza a alguien de que deje de hacer algo (o peor: que pague) porque hay calculada una elevada probabilidad de que si se siguen haciendo las cosas igual, éstas vayan mal en el futuro. Difícil ¿no? Pues de eso va en Durban. De eso va luchar contra el cambio climático.

Acerca de David Ruyet

David Ruyet (Barcelona, 1970) has 25 years of proven experience within the renewable energy industry in Europe and South America. Graduated as industrial engineer with a specialization in nuclear energy in 1997, holds an MBA from ESADE Business School. He is also about to present his dissertation to receive a doctorate degree in economy in Spain. Blogging at www.davidruyet.net is an opportunity to share opinions on current issues related to energy energy and the economy.
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