La Elgin-Franklin y los riesgos invisibles del gas natural


Desde la semana pasada hay una fuga en una plataforma de gas del Mar del Norte que explota la francesa TOTAL, que no ha tenido excesivo eco en la prensa. Pero ha sido grave: todos sus trabajadores (238, sin heridos) han sido evacuados y aunque la fuga no se ve, la antorcha sigue quemando. TOTAL reconoce no saber cómo parar la fuga, que parece se ha producido a unos 4.000 metros de profundidad (aunque lo que se llama cabeza de pozo está a sólo 90 metros). La fuga les cuesta a los franceses unos dos millones de euros al día, y su producción representa el 2% del total de la petrolera. Esta plataforma offshore, llamada Elgin-Franklin, se halla a unos 240 kilómetros al norte de Escocia. Explota dos yacimientos submarinos cercanos, a pocos kilómetros uno del otro, que contienen un total de 60 millones de m3 de condensado (un hidrocarburo ligero, parecido a la gasolina) y otros 50 billones de m3 de gas natural (o sea de metano).

En su comunicado de prensa, TOTAL manifiesta que no hay vertidos ni un «impacto significativo en el medio ambiente«. El vertido de la plataforma no puede compararse con la catástrofe de abril de 2010 de la Deepwater Horizon del Golfo de México de BP (aquel vertido donde, recordarán, además de fallecer 11 personas, el que más hizo el golfo fue BP y sobretodo su CEO Tony Hayward). En la Elgin-Franklin la fuga de hidrocarburo líquido (el condensado de metano) parece pequeña, aunque incluye porquerías como sulfuros de plomo y zinc. Pero lo no despreciable es la fuga de unos 5 y pico millones de m3 metano a la atmósfera al día. Como se comentó en este otro post, el metano es un poderoso gas de efecto invernadero, del orden de 23 veces más potente que el CO2 contribuyendo al calentamiento global, pues absorbe mucho más calor que los otros gases perniciosos. Si bien la permanencia del metano en la atmósfera es baja (unos 12 años frente a los 100 del CO2), y los radicales OH los destruyen (cada vez hay más debido al ozono troposférico), durante los últimos años se ha visto un aumento anormal de la concentración de metano en la atmósfera. ¿Por qué? Luego volvemos a ello.

Consumo de gas natural en el mundo

El gas natural siempre fue la hermana pequeña y fea del petróleo, aunque siempre se ha sabido que, como el cisne, acabaría siendo la más guapa. Más peligroso y caro de extraer que el crudo (vertidos aparte, claro), la industria petrolera es consciente de que el gas es la clave de su supervivencia una vez llegue el inexorable declive del petróleo, como nos recuerda el maestro Mariano Marzo. Y es que el gas natural (en realidad, una mezcla de gases ligeros con un 90% o más de metano) suele encontrarse junto al petróleo. Y además de difícil de extraer, es más difícil de transportar del yacimiento al consumo. Precisa de complejas infraestructuras de licuefacción, procesado, compresión, puertos especiales,  buques metaneros, plantas de regasificación, gasoductos, odorizante (el gas natural no huele, por lo que se le añade el pestilente tretrahidrotiofeno) y, luego, estaciones de regulación. O sea, un montón de infraestructuras (además de la perforación, claro) que aumentan el riesgo de problemas y fallos, pero sobretodo de fugas.

Si bien su uso se inició en los años 30 en Estados Unidos, no fue hasta los 60 en que el gas natural se empezó a tomar en serio. Y aún se acabó de tomar más en serio tras la crisis del petróleo del año 73. Era una alternativa muy razonable al cada vez más caro petróleo del Golfo, sobretodo una vez se descubrió en Groningen en 1959 un yacimiento offshore enorme, el décimo del mundo. Poco después vinieron los campos británicos del Mar del Norte y, más tarde, los de los noruegos en los 70. Se tenía gas en Occidente, así que se abría una pequeña puerta a la independencia energética: ni rusos ni árabes recuerde, era la guerra fría. Hoy ya sabe que la cosa ha cambiado y Europa depende mucho del gas ruso. Desde entonces las inversiones en la industria del gas han sido enormes. Hoy la mitad de las nuevas centrales eléctricas en el mundo son de gas natural (que avanza lentamente también hacia su declive). Ya es el 23% de la energía primaria para generación eléctrica y sigue creciendo. Incluso el transporte (con vehículos a gas natural comprimido, o GNC), que ya es más del 2% del total mundial, y es una alternativa que sigue creciendo. En países como Brasil, Colombia, Argentina, Pakistán (con casi 3 millones de automóviles), o Italia cargar metano en la gasolinera es habitual.

Y es que el gas natural (o sea, el metano) es muy puñetero. Al ser menos denso que el aire, tiende a subir, por lo que pocas veces genera atmósfera explosivas. Pero es esa elevada difusión uno de sus principales riesgos, porque canalizaciones, juntas, trasvases… fugan. Y fugan mucho. Algunos autores cifran esas fugas en alrededor el 2-3% del total del gas. En realidad, las emisiones de metano asociadas a la cadena del gas natural serían superiores al 30% del total (o sea en cualquiera de las fases de producción, procesado, almacenamiento o transporte). Y claro, todo ese metano tiene efectos graves en el calentamiento global. De hecho, si nos fijamos en la curva de evolución de concentración del metano en la atmósfera, verán el súbito crecimiento que tuvo en los 80. Cerraban las viejas centrales de carbón (y las minas) que eran sustituidas por centrales de gas natural. Luego, a mitad de los 90, la concentración se estabilizó sin que se sepa muy bien porqué (probablemente por lo dicho, que el metano de deteriora rápidamente), hasta el año 2006, más o menos, cuando volvió a repuntar de forma súbita. ¿Por qué?

Pues seguramente será debido al aumento de nuevas prospecciones de pozos de gas natural en todo el mundo, sobre todo de shale gas (el gas pizarra). Pues sí. La sensación energética del momento, el shale gas. Ese gas natural obtenido por fractura hidráulica (el «fracking«) de esquistos y pizarras subterráneas, y que, además, se encuentra lejos de los yacimientos de Oriente Medio y Asia Central. El que tiene más reservas que el gas natural «convencional». El que ha originado el sueño de una posible independencia energética de europeos y americanos (incluso en España). El mismo que ha ido creciendo desde el 2006 a razón de un 50% cada año. El que tiene relevantes efectos sobre el medio ambiente y que ha sido prohibido en Francia o Sudáfrica (uno lobby nuclear y otro lobby de carbón; tampoco es tan extraño). Ese mismo. Pues, además, el shale gas tiene otro riesgo grave e invisible: la acumulación atmosférica de metano y su enorme contribución al efecto invernadero derivado de la cantidad de nuevos pozos en superfície.

La fuga de la Elgin-Franklin o las perforaciones de shale gas comparten ese mismo riesgo invisible. Y es curioso como el gas natural ha conseguido pasar siempre como la energía fósil más guapa: más limpia, más rápida, más flexible, más invisible. La mejor. Y la belleza ya saben que no es un valor absoluto sino relativo. Y es cierto que las centrales eléctricas de gas son mucho más guapas que las de carbón (literalmente, «el doble de guapas» si uno piensa en las emisiones de CO2 de unas y otras). Pero no es menos cierto que si el metano llega a la atmósfera sin quemar, su efecto invernadero es mucho mayor que el de la peor molécula de CO2 de la central de carbón más marrana que encuentre. Ya saben lo que dicen: «la suerte de la fea, la guapa la desea«. Pues aquí, es al revés.

P.S.: el próximo 25 de abril de 2012, organizamos desde ESADE ALUMNI en Barcelona una sesión con el maestro D. Mariano Marzo sobre el shale gas. Aquí los detalles.

Acerca de David Ruyet

David Ruyet (Barcelona, 1970) has 25 years of proven experience within the renewable energy industry in Europe and South America. Graduated as industrial engineer with a specialization in nuclear energy in 1997, holds an MBA from ESADE Business School. He is also about to present his dissertation to receive a doctorate degree in economy in Spain. Blogging at www.davidruyet.net is an opportunity to share opinions on current issues related to energy energy and the economy.
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4 respuestas a La Elgin-Franklin y los riesgos invisibles del gas natural

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