Haciendo surf sobre olas malthusianas


Aunque el genoma humano (o sea el ADN de nuestros cromosomas) es muy parecido al de un chimpancé (el 98,77%) o al de un ratoncito (el 99%), el Homo Sapiens (o sea usted o yo) es una especie única. Por un lado, es un simple animal más sometido al mismo entorno que las otras especies. Pero por otro, es la única especie que ha conseguido desarrollar estructuras socioeconómicas complejas de afectación global. Por esa dualidad, podemos aproximarnos al comportamiento de los humanos socialmente o biológicamente, según nos interese. Común a cualquier análisis es otorgar un papel dominador a los humanos sobre todas las especies del reino animal, especialmente desde el siglo XVIII (algunos plantean la existencia de un Homo Faber, que controla el medio con herramientas, y que se contrapone al Sapiens, que piensa). En el Antropoceno los humanos hemos conseguido transformar la tierra, el agua y el aire, y con ellos la biodiversidad del planeta. Hoy somos 7.000 millones de personas naciendo, creciendo, multiplicándose y muriendo. Y de qué manera. El planeta da para éstos y para más, ¿pero cómo hacerlo? y sobretodo ¿para cuántos más?

Cuando se habla de estos temas (suficiencia de los recursos), se acaba casi siempre en Malthus. Ya saben: la población tiende al crecimiento geométrico, incluso exponencial; como vivimos en un mundo finito, el crecimiento reduce seguro los recursos per cápita. ¿O podemos convertir nuestro planeta finito en un lugar que no sume cero? La creencia en un futuro donde el crecimiento de la población reduzca a la fuerza los recursos a un mínimo de, digamos, rotura de stocks se califica como “pesimista”. La primera gran revisitación (pesimista) del famoso “Ensayo sobre la población” de Thomas Malthus de 1798 fue durante los 70. En el origen de la conciencia ambiental del siglo XX, estaba aquel cura anglicano. Los hippys (y sus ideas contraculturales, anticonsumistas y proto ecologistas), la revolución de las clases estudiantiles (y burguesas) europeas iniciadas en Francia en el 68, las influencias de la izquierda neomarxista, la derecha tecnocrática, la descolonización, la píldora, los imperialismos americano y soviético… eran un cóctel muy cargadito como para no preguntarse hacia dónde iba la cosa y, claro, pensando mal.

En ese entorno, algunas visiones se destacaron sobre el resto, incluso marcaron el discurso de la época y casi hasta hoy. Tres clásicos. Uno muy metódico: “Los límites del crecimiento”, el trabajo que el Club de Roma encargó al MIT en 1972, dirigido por (los) Meadows, focalizado en la crisis de los recursos. Puro Malthus de base matemática y computacional, que falló al prever el punto de colapso en el año 1992. Otro algo menos riguroso: “The Population Bomb” de Ehrlich; más alarmista si cabe, y cuyo gran valor era introducir en el debate el problema de la sobrepoblación. También pinchó en su pronóstico de hambrunas y muertes masivas. Y last but nos least, un artículo de Science de 1968 que en cada nueva lectura aprecio más: “The tragedy of commons” de Garret Harding. Ocho sencillas páginas (aquí traducidas) que desarrollan múltiples conceptos, todos construidos desde la asunción de la dificultad de gestionar los bienes comunes. ¿Eso qué es? La razón por la que cuando uno se levanta para ver mejor un partido de fútbol en un bar, acaba obligando a todos a levantarse para poder ver. Los intereses individuales y colectivos entra en conflicto muy a menudo, aunque sea de forma absurda: todos ven igual de pie que sentados. Harding mentaba a Hegel para entender de qué iba esto: “La libertad es reconocer la necesidad”. Mucha gente, pocos recursos y la dificultad de vertebrar voluntades individuales para lograr el bien común. Caramba con los 70.

Hoy, que estamos como estamos, donde nadie tiene claro nada y cuando la confusión es el paradigma, vuelven estas dudas. Crisis energética, crisis ambiental, crisis económica… ¿Para cuánto da la cosa? La idea original del (¿mal llamado?) pesimismo Malthusiano es que cuando no se dispone de suficientes alimentos, la gente se muere. Son 1.600 kcal/día que ocultan una idea perversa: igual más que faltar recursos, puede sobrar gente. Suma cero: si yo lo tengo, tú no lo tienes ¿Existe ese riesgo aún de dog-eat-dog? Si disponer de más o menos alimentos depende de las tecnologías agrícolas que se usen, está claro que sostener el crecimiento dependerá de la productividad. Hoy sabemos que la tecnología nos ha permitido superar esos sucesivos puntos de corte recursos-población. No hay que olvidar que la intensificación agraria siempre va afectada por la ley de los rendimientos decrecientes (ir doblando el número de personas que trabajan en el campo, no permite doblar la producción cada vez que lo hacemos; eso es Malthus 100%). ¿Cómo lo hemos logrado entonces?  Ahí emerge la gran figura, cada vez más recnocida, de Ester Boserup, economista danesa, cuyos trabajos sobre los aprovechamientos agrícolas plantearon un posible escenario alternativo al predestinado fin malthusiano.

Efectivamente, Boserup pensaba (y eso escribió en “Population and Technological Change: A Study of Long Term Trends en 1981) que el aumento de la población no tenía porqué ser necesariamente una condena. Más gente implica más talento, y más problemas estimulan ese talento. La innovación surge de esos entornos complejos y es posible superar el corte malthusiano. Tremenda idea. “Necessity is the mother of invention» decía Boserup. Mi abuela, que sabía de todo, diría que hay que “hacer de la necesidad virtud”. Cornucopiana a tope (eso Boserup; mi abuela lo era a ratos) entendía que la humanidad encontraría siempre una salida a sus dificultades. Boserup conjugó los conceptos de desarrollo y sostenibilidad a través de la tecnología. La idea no era pensar en la sostenibilidad como un fin, sino en comprender si una actuación (o tecnología) permitía un aprovechamiento sostenible de los recursos en el tiempo. Un mix donde había que interrelacionar medio ambiente, población, nivel tecnológico, estructura ocupacional, estructura familiar y cultura. No se trata de lecturas verticales, sino planteamientos horizontales. Es, pues, posible bordear la curva exponencial de la población como si se cabalgara una enorme ola. La tabla está hecha, literalmente, de tecnología e innovación.

Boserup basó sus planteamientos en estudios sobre comunidades agrícolas aisladas (como la isla de Mauricio; no es mal sitio para escribir un paper). Demostró que es posible mejorar la producción, pero no sólo con intensificación sino también con mejores técnicas. En 50 años la producción de grano por hectárea se ha doblado: hoy soja, trigo, arroz han doblado sus productividades; el maíz la ha multiplicado por cuatro. Hoy son necesarios menos de 1.200 m2 de terreno para alimentar a una persona al año. En la época romana se precisaban más de 13.000 m2. Y hay que aumentar el peso de los alimentos de origen vegetal en la dieta reduciendo el de carne. Ese es el camino. Boserup defendió también el papel de la mujer en ese nuevo entorno. Que las mujeres sean ciudadanos de segunda en muchos lugares del planeta (algo de base cultural-religiosa) lo que hace, en realidad, es alterar la estructura laboral, reduciendo el valor, un talento adicional y reduciendo su rol a un mero agente reproductor. Aunque suene a estupidez, las mujeres son la mejor baza con la que contamos para el control de la sobrepoblación, si ellas quieren. De ellas, y de ese nuevo empowerment global (pregunten por los países de las fatuas) dependerá el éxito de nuestra civilización en el siglo XXI. Estoy convencido.

¿Era Boserup un anti-Malthus? No. Malthus tiene razón, pues nuestro planeta es finito. Hay límites. Pero es que el cerebro del Homo Sapiens no los tiene. Ese es el truco.

Acerca de David Ruyet

David Ruyet (Barcelona, 1970) has 25 years of proven experience within the renewable energy industry in Europe and South America. Graduated as industrial engineer with a specialization in nuclear energy in 1997, holds an MBA from ESADE Business School. He is also about to present his dissertation to receive a doctorate degree in economy in Spain. Blogging at www.davidruyet.net is an opportunity to share opinions on current issues related to energy energy and the economy.
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5 respuestas a Haciendo surf sobre olas malthusianas

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  4. Fredy dijo:

    El cerebro del Homo Sapiens no tiene límite, pero el mundo si, por eso no todo lo que nos propongamos se puede hacer, aumentar la productividad agrícola con petróleo cada vez más escaso parece demasiado optimista.

  5. anonimo dijo:

    hace un tiempo lei algo que es un inicio hacia el cambio, segun lo que yo creo y es que la tierra tiene cierta capacidad de produccion, que puede ser incrementada, pero por m2 esa capacidad es finita…si vivimos sobre esos m2 pensando, digamos como una sociedad como japon o cualquiera de las consideraadas de alto consumo, la tierra absorveria muy poca poblacion…por tanto la conclusion para ir al punto, es que desde ya un punto de partida mas alla de optimizar los recursos utilizando nuestro cerebro, es ser una poblacion con capacidades de consumo mas autocontroladas, ser consumidores responsables cambiando la mentalidad del ´´no sirve-tiro…o compro todo!!!´´…porque en muchisimas oportuninandes lo que se necesita es realmente poco…y mucha la gente que lo unico que busca es vender, vender, vender…no importa la utilidad real.
    esto solo se puede cambiar modificando los habitos de consumo…

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